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Lourdes Báez Cubero

   María de Lourdes Báez Cubero es Doctora en Antropología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia.
Actualmente se desempeña como investigadora de la Subdirección de Etnografía del Museo Nacional de Antropología del INAH y curadora responsable de la Sala “Los nahuas” y de las colecciones etnográficas nahuas del Museo.

   Es coordinadora del equipo regional Sierra Otomí-Tepehua y Valle del Mezquital para el proyecto Etnografía de las regiones indígenas en el nuevo milenio, que desarrolla la Coordinación Nacional de Antropología del INAH.

   Realiza actualmente su trabajo de campo entre los otomíes de Santa Ana Hueytlalpan, municipio de Tulancingo.
Ha estudiado los procesos rituales de los nahuas de la Sierra Norte de Puebla y otomíes del oriente de Hidalgo.

   Entre sus publicaciones están: El juego de las alternancias: la vida y la muerte. Rituales del ciclo vital entre los nahuas de la Sierra de Puebla; la coordinación, junto con Catalina Rodríguez Lazcano, del libro Morir para vivir en Mesoamérica; la coordinación, con Gabriela Garrett, del libro Los rostros de la alteridad. Expresiones carnavalescas en la ritualidad indígena. Coordinó también, Los pueblos indígenas de Hidalgo, Atlas etnográfico que publicó el INAH como uno de los resultados del proyecto.

   Es profesora de asignatura en el Posgrado en Historia y Etnohistoria de la Escuela Nacional de Antropología e Historia.

Dar click en la foto para ver video de conferencia

Presentaciòn de Lourdes Báez Cubero

 

16-Octubre-2015

Horizontes de ancestralidad entre los otomíes orientales de Hidalgo. 

 

 

La conferencia de Lourdes Báez Cubero es un rico material etnográfico, ya que ella ha trabajado durante varios años entre los otomíes para poder, finalmente,  mostrar su trabajo e interpretar los rituales que entre ellos se llevan a cabo.

     La ponente situó su investigación en Santa Ana Hueytlalpan, cerca de Tulancingo, Estado de Hidalgo. En esta comunidad se practican rituales que llaman “costumbres”, los cuales se pueden desarrollar en diferentes lugares, entre los que se mencionaron: el oratorio, el cerro, la casa y el panteón. Los rituales los coordina un especialista llamado “badi”. Considerado como un sabio por las comunidades indígenas. Según nos dijo la autora, en está comunidad cada familia tiene por lo menos un pariente que se dedica a esta actividad.

     Lo anterior permite mencionar que estas piedras eran hombres que llegaron al mundo, sin embargo, después del diluvio quedaron convertidos en piedras, según lo relató Lourdes Báez, el nombre que les dan los otomíes es el de “santitos”.

       Sobre la ancestralidad otomí, la investigadora comento que “es el elemento clave que unifica y da coherencia a todo este ciclo ritual”, pero no sólo por eso se realizan los rituales, si no que a través de ellos sustentan su propia subsistencia.

        El esfuerzo por entender estos “costumbres” llevó a Lourdes Báez a mencionar que los rituales en la comunidad de Santa Ana Hueytlalpan se dividen en dos períodos: el primero es el que está dedicado a los difuntos y el segundo a los Zithamu.

       Los rituales dedicados a los difuntos pertenecen al periodo de secas, del mes de octubre al mes de mayo; la ponente advierte que hay una relación con el ciclo agrícola. Dicho “costumbre” recibe el nombre de Y’ut’l, que significa específicamente “secas”, Xoxtu, que significa “levantar al difunto”, y el último de este periodo ritual es el denominado Pondi, que significa “plantar la cruz”.

     El segundo periodo está dedicado a los zithamu, que los otomíes efectúan para restablecer la salud, según sus creencias, las enfermedades las curan las figuras, los santitos, quienes en todo momento acompañan al Badi, en los “costumbres” que realizan de diciembre a septiembre. 

      El origen del periodo ritual que describió Lourdes Báez se da porque la gente se enferma, “pierde el equilibrio”. Entonces, se realiza un proceso para saber quién le mandó esa enfermedad, la cual, según los otomíes, puede ser ocasionada por Dios, por un acto de brujería, un don o por un difunto en su tránsito.

     Lo siguiente en el proceso de curación es acudir con el badi, que verifica si el origen de la enfermedad es un difunto; toma la mano del enfermo y, si siente un escalofrío, corrobora que es un muerto quien origina la enfermedad. Entonces, comienza a buscar a la persona que hizo el daño. Se hace a través de una pequeña ofrenda para que el especialista ritual pueda “comenzar a soñar”; una vez identificado el causante de la enfermedad, se dirigen a la casa del difunto. En la noche el badi ingiere la Santa Rosa o “medicinita” (marihuana), él tiene que ir por el difunto que ha hecho el perjuicio. Según comentó un adivino, muchos fallecidos quieren que los saque; pero él sólo jala al espíritu identificado como el causante del mal, lo transporta en su cuerpo, como un vaso. Entonces la familia comienza a formular una serie de preguntas al difunto transportado por el badi, como: ¿Por qué mandó la enfermad? ¿Qué necesita?  En este diálogo el fallecido responde que él ya tiene que salir, porque ya cumplió su tiempo, 8 años, que según los otomíes el espíritu pasa 8 años en el Nitu, el Inframundo.

        Después se solicita una ofrenda a la familia del enfermo. Los difuntos dan una lista con una serie de cosas, como recortes de papel y atados de lana, entre otros (Por lo general, casi siempre, piden lo mismo). Lo anterior sirve de preámbulo del primer “costumbre” que se llama Pondi, “Plantar la cruz”; ceremonia que dura tres días y se hace cualquier día del mes de mayo; la hipótesis de Lourdes Baéz es que el difunto regresará al mundo de los vivos, pero desde el final de su vida hasta el principio, es decir, su nueva “vida” comienza en el momento en que lo entierran y concluye hasta su nacimiento.

       Aquel ritual se realiza en el panteón, a un lado de la tumba, donde hay otra construcción donde se deposita la ofrenda; también confeccionan recortes de papel, identificados con los “espíritus del inframundo”. Todo se lleva a bendecir un día antes a la iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, en Tulancingo. Después se invita a un padrino de cruz y se colocan las cruces en la tumba, procedimiento que se debe realizar durante cuatro años seguidos.

        El segundo “costumbre” que lleva por nombre Xoxtu, “Levantar al difunto”, se hace 15 días antes del miércoles de ceniza, se realiza principalmente en la casa donde nació el difunto y en el cerro Napateco. En la casa destinan una habitación para poner la ofrenda, le ponen una lona, le pintan las paredes de color azul; las ventanas las cubren con cartón para que no entre luz, despejan todo el espacio y limpian con carbón. El ritual dura cinco días, durante los que se confeccionan figuras recortadas de papel de estraza, se pone lana cruda (o teñida), y cintas atadas de figuras antropomorfas.

        El badi recorta y prepara los atados, además se colocan ollas que están forradas de lana cruda; en cuanto a la comida, se elaboran tamales de lodo con alberjon cocido. En este ritual se coloca un carro pequeño que, como lo comentó Lourdes Báez, sirve como un vehículo que se lleva más rápido todo lo malo. En ese cochecito se coloca una muñeca que hace de difunta en esta ocasión; también se le colocan instrumentos del carnaval como el tambor y la flauta. El auto tendrá dos figuras que se moldean en lodo que, según su cosmovisión, son los dueños del mundo, además colocan dos figuras de perro y unos cigarros.  Siguiendo con lo anterior, también utiliza un guajolote y un gallo negro que visten con unas tiras de lana.

   Posteriormente se dirigen al cerro, donde ya se encuentra una enramada donde se coloca la ofrenda; después, se sacrifican al guajolote y al gallo esparciendo su sangre en el ofrecimiento. Al final se le pone pulque y todos regresan a casa acompañados con melodías que son tocadas con dos instrumentos, la guitarra y el violín. De acuerdo a la interpretación de Lourdes Báez, este “costumbre” se toma como un aviso al Situ de que ya está cerca su fiesta, quince días antes del miércoles de ceniza.

    El tercer “costumbre” llamado Y’ut’l, que significa secas, se toma como el que cierra el ciclo de los rituales dedicados a los difuntos, los días 15,18 y 20 de octubre. Los otomíes lo dedican a San Lucas, que es el santo de los “difuntos en desgracia”. Este último ritual se lleva a cabo en un oratorio, donde se depositan ofrendas a las deidades del fuego y del agua; se colocan doce canastas con ofrendas que se dejan en los pozos, en el cerro y en el oratorio del fuego. Además se sacrifican guajolotes y patos recién nacidos.

   Según Lourdes Baéz Cubero, los otomíes piensan que una vez que el ciclo se ha terminado, mediante estos tres “costumbres”, el difunto ha soltado todas sus cargas nocivas y pasa a otro nivel, donde su función será ayudar a la reproducción de la comunidad.

      Ligado a este tema de ritual, el día 30 de septiembre en el Museo Nacional de Antropología (MNA), en el marco de la Feria Internacional del Libro (FILAH), se llevo a cabo la presentación del libro titulado: Flor–flora. Su uso ritual en Mesoamérica[1], coordinado por Beatriz Albores Zárate, en el que participó Lourdes Báez con el artículo intitulado: “¡…y aquí celebramos juntos con la flor!”. Importancia de la flor en el contexto ritual de los nahuas de la Sierra Norte de Puebla. En el libro también participan Dora Sierra, Aurora Montúfar, Xavier Noguez y muchos otros investigadores

    Hasta la actualidad, la flor es un elemento muy importante de las ofrendas en todo Mesoamérica. “A través de las formas, los colores, los aromas y las texturas de las flores, se transmiten mil y un mensajes culturales”[2]. En los 27 artículos que lo componen, los diversos autores hacen un recorrido sobre varias propuestas metodológicas para abordar la temática de las flores. El lector se encontrará datos etnográficos, investigaciones sobre la divinidad de las plantas, simbolismo y significado de las flores en las ofrendas.

   Los invitamos a ver el video de la conferencia y formarse su propia opinión. Esperamos sus comentarios. 

 

 

 

[1] Beatriz Albores Zárate (coord.), Flor- flora. Su uso ritual en Mesoamérica, México, 2015, 606 p.

 

[2]Lourdes Arizpe y Edith Pérez Flores (coord.), Siempre flor y canto. Las flores en el patrimonio cultural inmaterial de México, México, coedición CRIM- UNAM, Grupo editorial Miguel Ángel Porrúa, S.A. de CV., y Secretaria de Cultura del Estado de Morelos, 2014, p. 16.

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